Tanto incendio en estas últimas semanas, y algunos tan cerca de casa que hasta el alma quema me ha hecho reflexionar.
No es éste un post sobre reservas naturales, ni especies endémicas, extintas o qué sé yo. Ni siquiera sobre esas personas que luchan por salvaguardar unos montes agonizantes por nuestras incoherencias, aunque bien lo merecen. Y bien me indigna tanta destrucción gratuita.
Éste es un post sobre las distancias que, a veces, es obligado establecer entre las diferentes facetas de nuestras vidas.
Trabajo con decenas de personas, personas adultas. Y durante la mayor parte del año rondan el centenar. En un mismo día les imparto clases en seis sesiones distribuidas a lo largo del día, dos veces en semana.
Con much@s de ell@s ya comparto años de enseñanzas y aprendizajes. Y también compartimos el discurrir de la vida de cada un@ de nosotr@s, como es natural.
Algun@s son personas trabajadoras, en la enseñanza, en la medicina, en la administración pública, en el sector privado, otr@s son madres dedicadas en exclusividad a sus hij@s, a sus casas, a sus parejas.
Algun@s ignoran el valor de la diferencia, la importancia de la comunicación sincera y lo imprescindible que es el respeto absoluto entre las personas. Otr@s son personas sabias, prudentes y respetuosas, excelentes maestr@s en las relaciones humanas.
Espontáne@s, impulsivos, alegres, observadoras, risueñas, serias... Un@s son felices y otr@s no tanto.
Un@s han recorrido su camino, con más o menos penas, con más o menos alegrías, con una impresionante capacidad para superar y aprender de las circunstancias personales y de las dificultades de la vida.
Otr@s se han quedado estancad@s.
Y de esos otr@s es de quienes se me ha hecho imprescindible establecer una distancia, a veces enorme.
Un corta - fuegos que me permita salvaguardar mi intimidad para que no sea utilizada contra mí.
Porque ya no sólo mi apariencia, mis métodos, mis contenidos, mi opción profesional... son cuestionados, criticados y condenados. También mi opción de madre y compañera, mi opción de crianza y educación, mi opción de vida en su conjunto.
Y duele, duele callar una respuesta sincera y espontánea a una pregunta inocente y cariñosa sobre mi hija. Duele callar una opción de crianza para evitar recibir decenas de comentarios desagradables durante el transcurso de mi trabajo.
Duele que un@s cuant@s decidan que mi vida está "echada a perder" por ser madre.
Duele cerrar un bonito blog sobre maternidad, mi maternidad. Duele abrir otro bajo el anonimato, porque hasta nuestro colecho fue "tema a tratar en sociedad".
Duele tener que huir de las redes sociales. O tener que leer las desvariadas alusiones a mi persona.
Duelen estas personas, que con el fuego de su amargura tratan de incendiar y destruir a otr@s a través de las pocas ramas que rozan entre los árboles de sus vidas.